Una carta de amor desesperada
Una carta de amor desesperada
Y si me atrevo a escribirte, después de
veinte años, es que aún no he logrado
olvidarte. Que me remuerde la conciencia, porque sigo pensándote, añorando que algún día, sin importar la hora, regreses y recibirte con los brazos abiertos sin titubeos ni dudas.
No pienses que es un acto cobarde enviarte
esta carta, muy por el contrario, es mi mayor acto de valentía y mi mejor
estrategia para que al menos puedas leerme y tener la certeza de que – de alguna
manera- podrás al menos saber mis razones.
Sé también que corro el riesgo de que te
sientes con una taza de café a tu derecha y te
mofes con algún amigo cercano- a quien te atreviste a confesar tu corta,
pero eterna historia conmigo mis razones, pero a estas alturas, no me interesa-.
Yo no voy a esperar otro eclipse para contarte la desventura del naufragio que,
por decisión propia y a conciencia decidí emprender en mi mar de confusiones.
No es que lo he pasado mal, como todo en
la vida he logrado altas y bajas, encontré en mi paso a personas de buena alma,
que lograron hacerme feliz. – Seguro te preguntas ¿Entonces, para que te
escribo? - Es que desde que no estás, no estoy completa.
Honestamente, no pienso que esta escuálida
página con pobres letras, logren persuadirte como para hacerte dejar tu mundo
lleno de arcoíris, unicornios, con flores y felicidad, para volver al laberinto
donde me encuentro.
Hace mucho que perdí la fe y quizás pienso que no me leerás jamás,
pero tengo que hacerlo por mi propio bien. Es que si no escribo, las letras me
saldrán por los poros y corro el riesgo de morir de algún colapso gramatical
ortográfico de mis desventuras.
Quiero que sepas que seguí vivo por
aquellos saludos cifrados que supiste dar, siempre cargado de silencio cuando
menos lo esperaba en las redes sociales. Confieso que me hago historias locas
cada que logro verlos; que te dedico poesías para que sepas que te pienso, que
en algunos casos iban cargadas de alegría o de infortunio, según mi estado de
ánimo. – Pero te pido me comprendas, postrado en esta cama de mierda de un
mugroso hospital tercermundista no me queda de otra que navegar en mis pensamientos
y alimentarme de mentiras que resultan como golosinas para el alma que, aunque
no sean nutritivas para mi salud, me mantienen lleno de los
parásitos necesarios para esperar la muerte con la tranquilidad de quien se
toma un café en la silla que esta en la cima del Parque Metropolitano-.
En resumen, desconozco si es que sufro de
apego emocional o ya estoy dando las últimas y viví así por más de dos décadas, buscando las palabras correctas
o planeando la maniobra perfecta que te hiciera regresar, sin embargo, con el
pasar de los años y con la llegada de otras personas esa estrategia se llenó de
una telaraña espesa que hizo adentrarme cada día al
laberinto, donde de alguna forma me conformé y me quise quedar. – Y no quiero
que juzgues si fue por cobardía, visión de la cruda realidad o por comodidad- que
nunca me atreví.
Sólo quiero hacerte saber antes de que
llegue mi hora, que siempre te amé-.
Con agradecimiento eterno,
Fernando Montalvo
F.M.
Panamá, 22 de agosto de 2018.
Un escrito de Heady Leane Morán/ Memorias de Mis Utopías
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