La danza de los amores contrariados
Un relato más de ella y él La danza de los amores contrariados Desde la noche anterior, pensó que el día siguiente no sería bueno por el torrencial aguacero que peleaba con el cielo y hacía gala de sus mayores fuerzas, anegando las calles. Guardaba varios días un pensamiento que no se le salía de la mente, ni tampoco del corazón, tanto que optó por un “auto-regaño” y con un esfuerzo sobre humano detuvo las desalentadas ideas que se empeñaban en recordarle que era la culpable. Que fue cobarde. Que ella y nadie más fue la única en ese binomio que se negó a ser feliz. Las tribulaciones se hicieron recurrentes y resolvió -cada noche- valerse de lo vivido e invocó los más profundos recuerdos de aquel primer beso, cuando cansados llegaron a la cima del Parque Metropolitano en frente de los animales que salieron de los matorrales y hasta debajo de las piedras para ser testigos cómplices de lo que empezaba a ser la evidencia palpable de un delito.